TESTIMONI II - HUGO MENDIETA

Esa musiquita siempre le dio vueltas por su cabeza. Y en cualquier momento le salía un paso de baile. Se movía bien, todos en su entorno se lo decían. Pero, obviamente, en la escuela se destacaba más por su facilidad para las matemáticas, la física y la química. Por eso, Hugo Mendieta (30 años) terminó la secundaria y se decidió por la Biotecnología. Llegó a Tucumán desde su Jujuy natal becado por la universidad para estudiar lo que, hasta entonces, iba a ser la carrera de su vida.

Hugo era el orgullo de la familia. Todos soñaban con verlo en un laboratorio. Entonces, él era feliz con esa imagen en su mente. Sacaba las mejores notas en los parciales. Aunque ahora reconoce que solía escaparse de algunas clases para alimentar su otra pasión: el baile.

Y todo marchaba bien hasta que Hugo sintió como si le hubieran dado un fuerte empujón, que lo dejó al borde del abismo. Era agosto de 2010 y del otro lado del teléfono alguien le avisaba que su papá había muerto.

“Eso marcó un antes y un después en mi vida. Todo se convirtió en un gran signo de preguntas. Empecé a darme cuenta de que no me apasionaba lo que estudiaba, que no me veía haciendo eso en un futuro. No era feliz, algo no cerraba”, cuenta.  

Es flaco, alto, de tez morena, de manos y piernas inquietas. Larga una frase y se ríe. Una y otra vez. “Sentía mucha presión de mi familia. Era como que estudiaba para ellos -confiesa-. Yo quería algo para mí. Así que decidí dejar la facultad. Estaba por entrar al último año. Te imaginás que fue un bombazo, un golpe durísimo. Nadie me entendía, excepto mi novia, Paula Castellanos”.

Hugo no tenía decidido cómo seguiría su vida. Lo único que tenía en claro era que no volvería a Jujuy y que su familia le iba a cortar los víveres si no estudiaba más. “Tenía que hacerlo. Necesitaba averiguar qué había adentro mío. Jugué a la quiniela y tuve suerte. Gané para seis alquileres del departamento; eso me permitió estar un poco más tranquilo”, recuerda.

Consiguió un trabajo en un ciber y luego en un call center. Ganaba poco, pero le alcanzaba para subsistir. Después renunció, se puso un traje negro y salió a la calle a vender perfumes y revistas. “Todo siempre lo hacía con mucho esmero. Ahí empecé a descubrir que mi vocación pasaba por relacionarme con la gente, escuchaba muchas historias; si podía, ayudaba”, detalla.

En el medio, Hugo nunca dejó de bailar. “Me recorrí todos los gimnasios y salones de baile. ¿Viste que la primera clase nunca se paga? Esa era mi forma de mantener viva mi pasión: pasé por todos los ritmos. Un día, un amigo jujeño que era profesor de salsa y bachata me ofreció si quería dar clases en un local de Banda del Río Salí. Yo le dije que no era profesor, ni siquiera me sentía un gran bailarín. Pero él insistió”, relata.

Del local pasó a un gimnasio y luego a un club. Sus clases fueron creciendo y creciendo al punto que cada vez que encendía la música no cabía ni un alfiler.

“A principios de 2014 me llamó mi hermana de Jujuy y me contó que hacía una nueva disciplina: zumba. Me dijo que bailaba mucho y transpiraba, que estaba buenísimo, que tenía que conocer qué era, que hiciera un curso de instructor. No me cerraba mucho la idea, pero probé. Hice un curso de certificación en Córdoba. Y me enganché, era lo mío”, rememora.

Cuando volvió a Tucumán llevó la propuesta a muchos gimnasios. A nadie le interesó. Así que alquiló una especie de “antro” en el centro. Al poco tiempo sus clases estaban desbordadas. No tuvo más opción que irse a un sitio más grande. Ahora, en la equina de Catamarca y San Martín participan más de 100 personas por hora de baile.

Tiene carisma. Sube al escenario y se enciende. No sin antes regalarles a sus alumnos unos minutos de palabras que incentivan, que ayudan a sentirse bien. Luego arranca la fiesta. “Eso es zumba, una gimnasia que no sólo es gimnasia. Te mejora la vida desde lo físico, desde lo mental y emocional. Y yo... yo encontré mi lugar en el mundo”, sostiene. “Mucha gente, cuando cuento mi historia, me pregunta si no me arrepiento por haber dejado de lado la posibilidad de tener una carrera profesional. Y no, no me arrepento. Tampoco siento que perdí el tiempo estudiando tanto; tenía que pasar por eso para llegar a encontrarme con lo que me hace feliz”, remata Hugo, que nunca para de soñar. Sus próximas metas: bailar con el máximo exponente de zumba (Alberto “Beto” Pérez) y, más adelante, formar una familia.